La
ola nacionalista de septiembre se apaga de forma tajante una vez pasa el día 15
del mes. Acto seguido asistimos a los
primeros anuncios navideños que desde antes de octubre preparan el ánimo de la
multitud para el consumo irresponsable de alcohol y mercancías de regalo. Vamos
de la independencia a la navidad y luego a semana santa como programados para
consumir nacionalismo y religión y con ello intentar ser felices.
La
publicidad en los medios de comunicación bombardea de forma permanente con
imágenes y discursos superficiales que nos alejan de los problemas concretos que
enfrentamos como sociedad. Y son
pequeños grupos los que ejercen poder sobre y desde el gobierno para garantizar
que sus intereses se sostengan.
Por
ejemplo, siendo el Pacto Hambre Cero un proceso de concertación y acción que a
inicios de año convocó de forma
importante a la opinión pública y a entidades de gobierno en el tema de la
desnutrición infantil y el hambre en las comunidades rurales, hoy parece ser
que ha desaparecido del imaginario
público y la propia acción gubernamental parece estar entrampada. El Pacto
Hambre Cero es una oportunidad para entender y enfrentar las causas
estructurales de la pobreza y el hambre en el país, como lo son las grandes
desigualdades socioecónomicas de acceso a recursos productivos y servicios
básicos: tierra, conocimiento, tecnología, capital, educación, salud,
carreteras.
Es
decir, la sociedad vive con la desnutrición infantil y la pobreza rural en la
espalda, pero no se atreve a mirarla a los ojos. Da terror reconocerse podrido
por dentro. Y entonces es mejor olvidar el tema y seguir en comodidad viendo
televisión o exaltar el patriotismo con el retorno a desfiles militares. Por el
lado del gobierno, datos de prensa evidencian la poca ejecución presupuestaria en
los temas vinculados a la lucha contra el hambre, pese a ser el Ejecutivo el
principal impulsor de dicho “pacto”. En el Congreso sigue sin movimiento la
propuesta de ley 40-84, Ley del Sistema Nacional de Desarrollo Rural: instrumento
que viabilizaría un proceso integral de impulso a las economías del campo
guatemalteco dinamizando la economía nacional y propiciando mejores condiciones
de vida para la población rural.
De
seguir con esta inercia y anomia social nos encontraremos dentro de 9 años,
haciendo festejos por un bicentenario independentista, celebrando falsos
próceres compra patrias y tratando de ocultar la cara más amarga que tenemos
como sociedad: niños, niñas, adolescentes y madres lactantes con mayores grados
de desnutrición y los más graves índices de desarrollo humano físico y mental
de todo el continente.
La
realidad multinacional de Guatemala exige revisar de forma crítica eso que
llaman independencia patria. Es simple propaganda si no se concreta en
soberanía alimentaria, soberanía energética, económica y política. No se puede
celebrar ninguna independencia si los gobiernos se erogan el derecho de
negociar y vender los recursos naturales que son de todos y todas, teniendo felices
a las compañías mineras mientras saquean el territorio. Construir independencia
sería rediscutir entre los distintos pueblos que habitamos este terruño, el
modelo de desarrollo que queremos para el presente y el futuro.
Me
parece que por estos motivos la celebración de septiembre termina a mitad de
mes. Muy pocos se creen el cuento, convertido en historia oficial, de que somos
un país libre e independiente. Independencia de “a mentiritas”. En el fondo la
mayoría sabe que es esclava de un sistema excluyente porque a diario vive esa
exclusión.